Don Petronilo Santos y los repugnantes olores
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Por Augusto Álvarez
SAN PEDRO DE MACORIS, R.D.
Desde los tiempos de la guagua de Blanquito, que transportaba pasajeros desde San Pedro de Macorís a la capital, Don Petronilo Santos, trabajador de los ingenios, utilizaba el transporte colectivo.
Al montarse en la ruta 20, en las proximidades de la Zona Franca, los recuerdos de los viejos tiempos acudieron de golpes al olfatear hedores que el viejo obrero casero creía había desaparecido.
«Señor, favor muévase un poco y no levante los brazos», este señalamiento directo incomodó al viejo Petronilo, reaccionando, un poco violenta, respondiendo a su interlocutor: «Si alguien tiene grajo, ese no soy yo, huélame».
El “jediondo” a chimikui será otra persona, no yo”, dijo Petronilo, bajando su cabeza como queriendo, que en ese momento, la tierra se lo tragara.
En esas guaguas solían viajar algunos extranjeros grajosos, pero también otros que usaban viejos tenis, sin medias, con un sicote que nos mareaba a todos.
El hedor a grajo y sicote era insoportable, lo que se agravaba cuando uno u otros picadores de caña, sudorosos, se quitaban el sucio tenis para rascarse los dedos, porque tenía una mazamorra insoportable.
En los autobuses (guaguas del transporte en República Dominicana, camión en México), extraños olores se perciben, desde un bacalao similar podrido, un mal aliento, y dependiendo del estado de ánimo de algún pasajero, con piojos podría alterar al colectivo.
Cuando la insinuación se hacía directa, porque algún moreno, especialmente del país vecino, hedía a chinchilín, ahí era que la piña se ponía agria.
Se dice que los mampuritos expelen fuertes olores y se considera que son una especie de defensa.
También el eructo, es un trastorno del aparato digestivo, produce un fétido olor, y eso, en las guaguas, era común.
Esa era la razón que al abordar el transporte colectivo, algunos extranjeros solían ser discriminados por poseer un olor que apestaba, muy desagradable, combinado entre mazamorra, sicote y grajo.
El hedor a chinchilín se percibía a la legua.