El Espíritu Santo y la Maternidad
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REFLEXIONES…
Hola, amigos, ¿qué tal? Merhaba, arkadaslar, ¿nasilsiniz?.
Hoy celebramos dos grandes acontecimientos, en la Solemnidad de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, con la que se pone en marcha el tiempo de la Iglesia, fundamentalmente dedicado a la predicación del Evangelio y el día dedicado al Ser más sublime, más espiritual, más perfecto y especial: la Madre.
Por eso se me ocurrió hacer una comparación del día de Pentecostés con el de las Madres.
En el día de Pascua, después del saludo de paz, que llena de alegría al grupo de discípulos, en quienes está representada toda la Iglesia, Jesús les envía, el Espíritu Santo, como Él había sido enviado por el Padre, y para que puedan cumplir esta gran misión.
En el momento de la concepción, en el vientre de una madre, en el que está representado toda la creación, el Padre derrama su Santo Espíritu en esa gran mujer, creando una nueva vida.
Pentecostés, en griego, significa día quincuagésimo o cincuenta días después. El 50 es un número que ya los judíos tenían asimilado desde hace siglos como símbolo de plenitud: una semana de semanas, siete por siete más uno. Es cuando celebraban, después del Éxodo, la fiesta de la recolección agrícola y la alianza que sellaron con Yahvé en el monte Sinaí, guiados por Moisés, a los cincuenta días de su salida de Egipto.
El embarazo implica 9 meses de gestación, tiempo asimilado por todos los humanos como símbolo de alumbramiento, nacimiento, nueva vida, enviada y guiada por Dios a cumplir una misión en la tierra, a los 270 días de su salida del vientre.
El Pentecostés cristiano significa el nacimiento oficial de la Iglesia, hoy reunida para celebrar esta gran fiesta en la que se produce el envío del Espíritu Santo en Pentecostés. El Espíritu es el don que el Señor otorga a sus discípulos para que puedan continuar su misión.
Es en la madre el nacimiento oficial en el hogar, donde reunida con todos los miembros de su familia celebran esta bendición que Dios ha otorgado a esta familia, para que puedan continuar su misión de cuidar y educar a esa criatura.
En la mañana de la fiesta judía de Pentecostés y estando los discípulos reunidos en el cenáculo, se cumplieron las promesas. El Espíritu Santo desciende en un hecho insólito y de manera espectacular como se relata en la lectura del libro de los Hechos.
Generalmente todas las madres cristianas proceden a reunirse en la Iglesia para dar gracias a Dios y cumplir su promesa bautismal, hecha al descender el Espíritu Santo sobre esa criatura.
Al ser el Espíritu el origen de los dones individuales, su posesión puede crear tensiones dentro de una comunidad. Tal fue la experiencia de los corintios y por eso san Pablo les ayuda a su discernimiento. Pablo les describe a los cristianos de Galacia, actual Turquía, cuáles son las obras que demuestran que seguimos al Espíritu Santo en nuestra vida y nos recuerda que la acción del Espíritu se manifiesta de múltiples maneras, pero todas ellas son para el bien de la comunidad.
Escribiendo esta vez a los cristianos de Roma, Pablo subraya, en una página muy densa de contenido, cuáles son las consecuencias de que un cristiano esté lleno de Espíritu: tiene que vivir conforme a ese Espíritu y no conforme a la carne, o sea, a los criterios humanos; porque nos hace Hijos, herederos, coherederos y, por tanto, personas que viven conforme al Espíritu.
Es aquí donde el Sacramento del Bautismo convierte a esa criatura sacerdote, profeta y rey, como hijo, heredero, coheredero del Padre, para que lo eduquen y viva conforme al Espíritu.
Es el salmo 103 el que nos invita a entender este momento como una “nueva creación”, y ante la grandeza de la creación tenemos que reconocer que Dios lo ha dispuesto todo con Sabiduría; por eso pidamos al Señor, que no abandone su obra, diciéndole: “Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra”, bendiciendo a todas las madres, responsables de la concepción y creación de la humanidad.
Víctor Martinez piensa que al ser este un día tan grandioso, en el que el Espíritu Santo fue enviado por Dios, para derramar sus dones y carismas, debemos nosotros elevar todos, nuestras oraciones, pidiéndole a Dios con fe y esperanza por nuestras madres para que reciban la acción del Espíritu Santo.
Felicito de todo corazón a todas las madres, las que me escuchan, las que no me escuchan, y elevo mis oraciones por las que sufren por la pérdida de un hijo, u otras situaciones de peso, por las encarceladas, por las enfermas, por las maltratadas, por las que descansan en paz. Dios las bendiga a todas.
Este mensaje ha llegado a todos ustedes como cortesía de la Fundación Farach.
Hasta la próxima.