REFLEXIONES: Mi primer difunto
AYUDAME A SALVAR UNA VIDA
Hola, amigos, ¿qué tal? Ordenado de diácono el 24 de marzo de 1985 y a cargo de la Parroquia El Buen Pastor, celebraba el día de las madres, con un almuerzo en un restaurant de la ciudad.
Recibo una llamada por que un viejito de los barrios marginados del Evaristo Morales agonizaba sin poder entregar su alma al altísimo, y sus familiares y vecinos muy confiados en mí, pensaban que si yo le daba asistencia podría morir en paz.
A penas termino mi almuerzo, salgo apresurado a imponer mis manos y elevar mis oraciones por este hermano en agonía, camino callejones y en los patios de atrás de la Roberto Pastoriza, encuentro una humilde vivienda con este señor postrado en una cama y como si en verdad me estuviera esperando, apenas respiraba.
“Oh Dios crea en mí un corazón puro con espíritu firme, perdona mis pecados y permite que el Espíritu Santo obre en mí, para encaminar el alma de este tu siervo, hasta tu santa morada”, impuse mis manos por varios minutos, oré intensamente hasta verlo expirar y entregar en paz su alma al Señor.
Sentí miedo, me impresioné, me afligí y quedé pasmado, llamé a un querido hermano de la Iglesia, Rubén Torres, quien se presentó de inmediato y me ayudó a cubrir los gastos del funeral, porque no tenían dinero ni para la caja.
Víctor Martínez vivió esta, su primera experiencia diaconal, la cual me impactó y me dejó profundamente afligido por muchos días.
Hoy doy gracias a Dios por haberme dado el don de encaminar a las almas en agonía, hasta su santa morada, son muchos los hermanos a quienes me ha tocado encaminar por ese misterioso camino, que, aunque lleno de espinas nos conducen al cielo.
Ojalá cuando te toque a ti, hermano que me escuchas, estés preparado espiritualmente.
Hasta la próxima.