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Hola, amigos, ¿qué tal? Merhaba, arkadasim ¿nasilsin?

Cuando el espermatozoide y el óvulo de dos seres humanos se unen, se inicia el desarrollo de una nueva vida, llena de expectativas, esperanzas y sujeta a la voluntad de sus procreadores, quienes juegan a ser Dios, por tener en sus manos el destino que correrá esa nueva criatura: nace, crece, se desarrolla o muere.

Ya ahí, en esas circunstancias empiezan a quedar impregnadas en todo el sistema celular de ese nuevo ser, las actitudes, pensamientos y sentimientos de sus progenitores, que van a marcar gran parte de la personalidad de ese ser humano.

Quienes tenemos la dicha de nacer, de vivir, empezamos, al salir del vientre de nuestra madre, a enfrentar nuestro primer trauma del nacimiento, troquelado, nueve meses de acogida, calor humano, comodidad y confort, alimentos, afectos y de repente pum, a enfrentar el mundo sintiéndonos inseguros en medio de la frialdad de una sala de parto, manos desconocidas y nuestro primer desprendimiento y renuncia de un lugar tan acogedor, como lo es el vientre de la madre.

Infancia, pubertad, adolescencia, juventud, vida adulta, vejez, todas son etapas del desarrollo del ser humano con sus altas y bajas, calamidades, traumas, conflictos, crisis y por supuesto, momentos de felicidad, que forjaran durante ese trayecto al ser humano que hoy eres.

Tu eres el resultado de los genes heredados de tus padres y del medio ambiente en que has crecido, pero lo que es más importante estás hecho a imagen y semejanza de Dios.

En el último día de la creación, Dios dijo, “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis1:26).

Y así, de esta manera Él terminó Su trabajo con un “toque personal”. El hombre es el único, entre toda la creación de Dios, que tiene una parte material (cuerpo) y una inmaterial (alma / espíritu). Tener la “imagen” o “semejanza” de Dios significa, en términos simples, que fuimos hechos para parecernos a Dios.

La Escritura dice que “Dios es espíritu” (Juan 4:24) y por tanto Él existe sin un cuerpo material. Sin embargo, nosotros reflejamos la vida de Dios, en cuanto a que fuimos creados con perfecta salud y no estábamos sujetos a morir.

La imagen de Dios (del latín imago deí), se refiere a la parte inmaterial del hombre. Esto coloca al hombre aparte del mundo animal, adecuándolo para el “dominio” que Dios le designó (Génesis 1:28), y capacitándolo para tener comunión con su Creador.

Es una semejanza mental, moral y social.

Víctor Martínez te lo recuerda tu eres creación perfecta de tu Dios, y estas hecho para parecerte a Él, haciendo el bien, con pensamientos puros, comportándote según sus designios, con ética y moral y siendo ejemplo en la sociedad de verdadero ciudadano del mundo e hijo de Dios.

Hasta la próxima.

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