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De consultor a rey supremo

Por Gustavo Ferrari Wolfenson

Con la colaboración de Carlos Mira

La primera foto que se sacó Luis Abinader, el día que ganó las elecciones presidenciales en la República Dominicana, fue levantarle la mano a su asesor de campaña.

Como decía Clinton: “Negociemos la foto y luego escriban lo que quieran”, o sea la primera señal que estaba dando esa imagen era que el verdadero triunfador de las elecciones presidenciales había sido el asesor político y no la figura del candidato.

A lo largo de los últimos años, el mercado de la consultoría política ha puesto de manifiesto que los gurúes de las estrategias y de las imágenes pretenden ser los verdaderos amos del poder político.

Por un lado, sus consejos y metodologías de trabajo ayudan y llevan a los candidatos a lograr el triunfo o sumergirlos en la derrota, pero lo más curioso que hemos visto en los últimos tiempos es que, esas mismas personas, permanecen post elecciones y se convierten en los consejeros estrellas, todopoderosos y cuasi gobernantes del poder en turno.

Son estrategas, jefes de gabinete, gurúes, negociadores, decisores y su palabra tiene más fuerza que un rezo bíblico a la hora de juzgar un pecado.

Cuando los países de América latina reconvirtieron sus regímenes autoritarios en sistemas democráticos y los procesos electorales volvían al amparo de un nuevo tiempo institucional, el continente empezó a recibir y copiar el modelo marketinero del consultor tipo de los Estados Unidos que, acompañado de una extraordinaria y costosa maquinaria financiera y de logística, pretendían hacer maravillas en las campañas políticas del continente.

Un trabajo de mi autoría, publicado en ese entonces por la Fundación Konrad Adenauer de Alemania, titulado “Nuevas Tecnologías y Viejas Tradiciones en las Campañas Electorales en América Latina”, ponía en evidencia cómo esos modelos tan aceitados de una maquinaria electoral casi tecnificada, contrastaba con las viejas tradiciones latinas de las convocatorias masivas, la movilización, la taquiza, el borrego o el choripán, sumado a eso un estímulo económico para asistir.

A partir de ese escenario, hace un poco más de 30 años un grupo de amigos curiosamente formados en los Estados Unidos, entendimos que las asesorías propuestas por los consultores estrellas norteamericanos no cubrían las expectativas de nuestros países que comenzaban una incipiente aventura democrática y electoral. Así nació ALACOP, (Asociación Latinoamericana de Consultoría Política) con el objetivo de marcar la impronta tropicalizada de lo que sería otro estilo de consultoría política, como diría Eduardo Galeano, por las venas abiertas de América latina.

Mucho camino se ha recorrido desde ese tiempo y muchas veces los mismos pioneros fundadores nos hemos preguntado los alcances, inclusive económicos, de lo que significa hoy en día la consultoría política. En estos 30 años hemos visto pasar diferentes modas y estilos, personajes y personalidades que de pronto han marcado tendencias o innovaciones para justificar las abrumadoras y hasta insultantes sumas de dinero que acompañan su propuesta marketinera.

Los brasileños, venezolanos en el exilio, ahora los españoles han ido marcando una pauta donde intentan explicar que cualquier personaje (que pueda pagarlo lógicamente), gracias a sus consejos y estrategias, se puede convertirse en alcalde, gobernador, presidente o inclusive rey del universo.

El peinado, forma de vestir, la cirugía facial o abdominal, los lentes, la mirada precisa, la sonrisa perfecta como diría Silvio Rodríguez, son fundamentales para ellos en la presentación del producto político 4.0, o 5G que llegará conquistando multitudes, penetrando en corazones llenos de esperanza y abrazando ancianos y niños, gracias a su asesoramiento y cosmovisión política.

En su excelente artículo titulado “El predicador y los Illuminati”, Carlos Mira nos recuerda al Iluminismo, como “un movimiento intelectual y filosófico que surgió en Europa hacia el siglo XVIII en oposición al oscurantismo y a las teorías que buscaban las respuestas a los interrogantes de la humanidad, no en la razón sino en la superchería irracional de creencias incomprobables que, a juicio de esta corriente, no tenía otro resultado que el estancamiento general y el mantenimiento de una elite que explotaba esas ignorancias en su propio provecho.”

De allí viene la palabra “iluminado” para hacer referencia a personajes que se creen tocados por una luz diferente que los pone en una galaxia de superioridad distinta a la del resto de los mortales.

Muchos países, provincias, inclusive municipios, tienen una viciosa tendencia al iluminismo, lamentablemente no por los costados positivos que esa corriente disruptiva le trajo a la humanidad, sino por los negativos que hicieron que la cultura estuviera muy inclinada a creer que personajes justamente “iluminados”, podían solucionarle sus frustraciones.

Son personajes poco conocidos, pero poderosísimos por su influencia sobre el líder público, a los que casi no se les conoce la cara pero que tienen un notorio peso en decisiones trascendentales.

Lo llamativo es que esas personas no están a la luz pública, sino son personajes secundarios cuyo poder es inversamente proporcional a su conocimiento público, esto es, han sido más poderosos cuanto menos conocidos fueron.

En otro trabajo también publicado por la Fundación Adenauer, titulado “Y Ahora Qué: Del Triunfo Electoral, al Ejercicio del Poder,” analizaba con casos concretos ocurridos en el continente, el ejemplo de muchísimos candidatos llegados al poder a partir de un altísimo porcentaje de votos y al cabo de un promedio de dos años en la función, sus índices de popularidad estaban por el piso o con situaciones internas que los habían obligado hasta abandonar el cargo.

Es decir, a los consultores estrellas se les quemaban las papas en el momento de enfrentarse con los laberintos propios de la función de gobierno y todos sus espejitos y fantasías se estrellaban con la cruel realidad del ejercicio del poder.

Cierro este relato y muchas de sus actitudes, con el recuerdo de la famosa frase de Casildo Herrera (ese líder sindical argentino que cuando en la vísperas del golpe militar de 1976 se tomó un ferry hacia el Uruguay abandonando a todo el movimiento obrero que se suponía él conducía), cuando le preguntaron qué opinaba de la caída del gobierno. Simplemente lo redujo a tres palabras “Yo me borré” (expresión popular que indica el abandono de cualquier causa y compromiso).

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