
AYUDAME A SALVAR UNA VIDA
Hola, amigos, ¿qué tal? Merhaba, arkadaslar, ¿nasilsiniz?
Tuve la oportunidad de compartir mucho con mi gran amigo Amancio Escapa, gran sacerdote, obispo, quien me brindó la oportunidad de conocerle a fondo, además de ser mi confesor, mentor, guía espiritual y amigo personal.
Amancio era un cura jocoso, con un temperamento digno de su investidura, nunca lo vi maltratar a nadie, ni comportarse con prepotencia o falta de humildad.
Sus anécdotas de niño con su hermano gemelo, sacerdote también, eran entretenidas, su encantadora madre que desde España venía en ocasiones a visitarlo, al final huyendo al frío, era una ancianita santa que inspiraba mucho amor y respeto.
Pero tres cosas me recuerdan a Amancio, los caramelos, el pequeño foco y el celular, siempre andaba repartiendo caramelitos al llegar.
En una de las celebraciones de Semana Santa, la de Resurrección, en las Siervas de María, usamos un pequeño foco para alumbrar las lecturas con luces apagadas y no sé qué pasó que mi pequeño foco se apagó y no quiso encender más, Amancio que disimulaba muy bien cuando se enojaba, se limitó a decirme, “¿y tú de donde sacaste ese?”, al terminar procedió a regalarme su pequeño foco plateado, muy especial, con muy buena iluminación, y me dijo: “todos los años quiero este”. Y así fue… todos los años me recordaba traer el pequeño foco, yo ni tonto, ni perezoso, tenía siempre otro en el bolsillo.
Juntaba su regalo de navidad, y cumpleaños, de vida y ordenación, nos reuníamos a cenar, casi siempre en el Vesuvito, después en el Bottega Fratelli siempre la cocina de nuestros amigos Bonarelli, él su pasta con camarones, yo los langostinos Aníballe, y le llevaba su acostumbrado regalo, el celular del año, el cual recibía como un niño con su juguete preferido el día de Reyes.
Son estos recuerdos los que nos hacen vivir, nos ayudan a subsistir, a valorar la amistad, apreciar el valor de los buenos sacerdotes, recordando sus enseñanzas y agradeciendo a Dios por haber puesto en mi camino a tantos seres humanos extraordinarios que fueron mis mentores en las diversas circunstancias de mi vida.
Sería injusto si además de recordar a Amancio, no recordara al muy querido Padre Fidel, al Cardenal López Rodríguez, a Príamo, pero sobre todo a Monseñor Pepén, a Luis Blasco, a Aquiles Farías y al hermano Alfredo Morales, quien sembró el amor al prójimo en mi niñez.
Víctor Martínez da testimonio hoy del amor del Padre, por conducir mis pasos bajo las directrices de tantas personas valiosas que en diferentes ocasiones de mi vida fueron trazando la trayectoria de mi camino.
Gracias Señor te preocupaste siempre por conducirme hasta traerme donde estoy y convertirme en el Hombre más feliz del mundo.
Este mensaje ha llegado a todos ustedes gracias al apoyo recibido por nuestra hermana Sailis Mesa.
Hasta la próxima.