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LA PATRIA Y EL SR. HOSTOS

 PARTE I: CIVILIZACIÓN O MUERTES

Quiero dedicar estas cuartillas a mi abuelo materno, bachiller (MANUEL DE JESÚS PINEDA ISAAC), quien influyó mucho en mi pensamiento hostosiano y fue gran seguidor a través de la educación recibida en el Liceo Dominicano, dirigido por el Profesor Yáñez.

Eugenio María de Hostos

Buscando entre mis libros encontré páginas dominicanas de Eugenio María de Hostos, de ese gran maestro que fundó la escuela normal en Santo Domingo, en marzo de 1879.

Y regresa después de la dictadura de Ulises Heureaux, en enero de 1900, y cuyo libro fue reeditado en ocasión de cumplirse el siglo de su llegada a Santo Domingo, en 1879, reeditado por la Comisión Nacional de la Feria del Libro, en abril de 1979, (Editora Taller) y cuya primera edición fue en 1964.

Al maestro Eugenio María de Hostos, se le conoció en su generación como el Ministro sin Portafolio y contribuyó en forma fecunda a las ideas de libertad y la formación de la conciencia dominicana, cuyos principales discípulos fueron, entre otros, Francisco José Peynado, Luis Weber, Arturo Grullón, José Dubeau, Emilio Prud’homme, Félix Evaristo Mejía, Arismendi Robiou y Lucas Guibbes.

Rafael Justino Castillo, Alberto Arredondo Miura, para quienes fue un pedagogo del Derecho Constitucional, Internacional, Economista, Político, Sociología, Moral; teórica y práctica. Para el Licenciado Augusto Franco Bidó, quien a la hora de su muerte exclamó que su autorizado testimonio merecía ser recordado, de la manera siguiente:

«Ni Dios, ni Satanás. Ni por encima de nuestros próceres, ni por debajo de nuestros raros bienhechores. Ni ateo Ni ortodoxo; sino una cosa mejor que todo eso: un ideal libremente altruista; un sentimiento más dulce, más elevado y más fecundo que sus fórmulas, sus medios y su tiempo. Nos hizo bien, mucho bien. Educador competente y laborioso, nos ilustró desde la cátedra. Padre de familia ejemplar e intachable, nos educó desde el hogar bendito. Tal fue Hostos».

Dr. Francisco Henríquez y Carvajal

El Dr. Francisco Henríquez y Carvajal, considerado como el colaborador más inteligente y estudioso que tuviera el maestro Eugenio María de Hostos, escribió en ocasión de su muerte lo siguiente:

«Sus artículos de periódico, sus polémicas, sus grandes discursos, complementan de modo prodigioso la gran obra mental de Hostos, durante los primeros 8 años que pasó en Santo Domingo, consagrado a la enseñanza. Y nada es lo que de él decimos aquí, porque su gran enseñanza siempre fue más bien hablada que escrita y lo escrito no expresa todo lo que ella fue’’.

Para comprender las Lecciones de Hostos, habría que situarlo históricamente en Puerto Plata, entremezclado en lo que se le denominó la Evolución de Enero de 1876, que produjo la caída del Presidente González, donde llegó el 30 de mayo de 1875.

También, en el inicio de su retorno de 1879, no tardó en presenciar la revolución que derrocó al presidente Cesáreo Guillermo, y entre los años 1880 y 1882, que fueron los tiempos de la escuela normal, tuvo que lidiar con los fusilamientos de la época y la nueva revolución, que el Arzobispo Meriño, tuvo que enfrentar con el «Decreto de San Fernando», funesto decreto con el cual tuvo que combatir la expedición Militar Cesáreo Guillermo, quien terminó preso y proscrito.

Así también el maestro Eugenio María de Hostos, en el periodo 1884 a 1886, del presidente Alejandro Woss Gil, sobrevivió 2 revoluciones que terminaron con regueros de sangre, descrédito y miseria, y que le hicieron salir hacia Chile, en 1888, donde luego surge el gobierno del presidente Ulises Heureaux (Lili).

Font Bernard

Independientemente de sus lamentos, desde Chile (Valparaíso), publicado en 1892, que fueron reproducidos en el periódico «El Eco de la Opinión», dirigido por Francisco Gregorio Billini, a los cuales el gran Lic. Manuel Arturo Peña Batlle enfocó, diciendo que: el ‘’Señor Hostos’’ nos analizó con «desolados superficialidad» en el prólogo a la obra del Padre Valle Llano, titulada la Compañía de Jesús en Santo Domingo. apuntó el secretario del Peña Batlle, R.A. Font Bernard Briñez, en su libro, Crónica Elementales, como nos vieron Hostos y Martí. Peña Batlle puntualizó que el «Señor Hostos perdía el sosiego y su destemplanza cuando hablaba de España», apuntó Font Bernard.

El Padre Oscar Robles Toledano (P.R. Thompson), le calificó como el más enconado adversario de España, en sus férvidos días de la independencia.

De igual forma, cuando regresa a la República Dominicana en el 1900, el maestro Eugenio María de Hostos, no encuentra la ansiada paz y acabando de llegar, el país se encuentra conmovido por la cuestión dominico-francesa y el alzamiento de Perico Pepín, en Santiago, junto al brote revolucionario de San Francisco de Macorís.

Los conatos de guerra en el sur del territorio dominicano y la sublevación de La Vega, junto al alarmante incidente dominico-haitiano de Pitobet, y la disputa por los préstamos internacionales (IMPROVEMENT)

Y a todo ello se le agrega en 1902 otra revolución, la del 26 de abril y la caída del presidente Jiménez, dando como surgimiento las banderillas políticas de Bolos y Coludos, donde el presidente Vázquez tiene que enfrentarse a la revolución de la línea o de los 8 meses y la inaudita cuartelada del 23 de marzo de 1903, que rebosó todavía más la amargura del maestro Eugenio María de Hostos, de «civilización o muerte».

Emilio Rodríguez Demorizi

Siguiendo la narrativa del historiador Emilio Rodríguez Demorizi, el maestro Eugenio María de Hostos contó con alumnos fervorosamente propicios a su reforma y notablemente a su persona, como lo fueron Gregorio Luperón, Segundo Imbert, Eliseo Grullón, Salomé Ureña de Henríquez, Federico y Francisco Henríquez y Carvajal, Francisco José Peynado, y J. Arismendi Robiu, a quienes el historiador le llamo «hijos de su alma», pertenecientes a la legión de discípulos que con tan filial cariño le llegaban a llamar padre y quien el maestro Eugenio María de Hostos le solía reforzar, llamándole a ellos, sus hijos.

Pero todo ese valladar inquietante y hostil en que se desenvuelve el maestro Eugenio María de Hostos, le sirvió para fecundar ideas valiosas y pregonar valores en favor de la República Dominicana y procurar reparos civilizadores.

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