Los consejeros se nos van
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REFLEXIONES…
Hola, amigos, ¿qué tal? Merhaba, arkadaslar, ¿nasilsiniz?
Y un día nos quedamos sin consejeros. Si algo hice desde niño fue buscar buenos consejeros e incluso dejarme conducir de ellos entendiendo que son ángeles, enviados del Señor a nuestras vidas que vienen a cumplir una misión con nosotros.
Mi primer consejero fue mi abuelo Pancho, recuerdo aquellas caminatas todas las mañanas las cuales el dedicaba a instruirme, a sembrar valores y principios sólidos en mi corazón, le vi morir y sufrí el desprendimiento a muy temprana edad, mi padre, hombre muy sabio, logró sustituir aquellas enseñanzas.
No puedo olvidar a Marcelo Alburquerque, aquel prestigioso médico, que fue mi padrino de bautizo y confirmación, cuánto tiempo dedicó a ampliar mi cultura y afianzar mis valores, era este un hombre amoroso, muy íntegro y de gran corazón, a este gran hombre me tocó verlo morir a mi lado ya siendo adolescente.
Ingresé a estudiar en 7mo. al colegio De La Salle y caí en manos del famoso hermano Alfredo Morales, quien sembró esa vocación de educador en mí, llevándome a los barrios marginados debajo del puente con tan solo 12 años, a dar catequesis a otros niños muy pobrecitos, el amor al prójimo y la entrega incondicional se las debo a él.
Fui creciendo y desarrollándome en otros ambientes, fue entonces cuando ingresé al colegio San Judas Tadeo y me convertí en un Carmelita por mis excelentes relaciones con los sacerdotes de la época, ahí descubrí mi vocación sacerdotal, era parte de esa comunidad durante mi adolescencia, gran amigo de los sacerdotes, Soto, Teófilo, José Agustín, José Antonio y quienes más sembraron en mi formación espiritual, el Padre Fidel con su ejemplo de espiritualidad, humildad y santidad, y Monseñor Amancio con su apoyo y amistad incondicional en todos los momentos difíciles de mi vida.
En vez del sacerdocio opté por el diaconado, fundé mi propio colegio, en el que establecí mi Parroquia El Buen Pastor y gracias a Monseñor Príamo, al Padre Mustafá, al Padre Fidel, y a mi gran amigo y consejero el Cardenal López Rodríguez, pude lograr que ese proyecto parroquial alcanzara lo que hoy es.
Nada de eso hubiese sido posible sin el apoyo, la santidad, los sabios consejos y el excelente ejemplo pastoral de Monseñor Pepén, mi gran amigo y vecino del colegio, con quien me tocó compartir hasta sus últimos días, cuánta espiritualidad dejó sembrada en mi corazón, me enseñó a perdonarme, a perdonar y a entender que todo sucede al tiempo de Dios, cuánta paciencia, mansedumbre, obediencia había en aquel hombre de paz.
Durante mis estudios en la carrera de psicología fui fruto de los entrenamientos recibidos por el Prof. Vicente Díaz, y en psiquiatría por el Dr. Cabrera Vargas, a quienes agradeceré toda la vida, y de la sabiduría y dimensión espiritual del Prof. Luis Blasco, quien me enseñó que la psicología divorciada de Dios jamás podría ser efectiva. Blasco fue mi asesor en mis colegios de 36 años, Centro Especializado de Enseñanza y Centro de Enseñanza El Buen Pastor.
Así transcurrió la vida de Víctor Martínez, quien aprendió desde temprana edad que: “Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”.
Ya de adulto, la sabiduría de Aquiles Farías y la astucia de Mota Ruiz, grandes mentores, para tener una visión diferente de la vida, fueron trascendentales en mis tomas de decisiones.
Pero… los asesores se nos van, casi todos han pasado a mejor vida, y los que no, ya están en recogimiento espiritual sirviendo a Dios y a la sociedad con sus limitaciones.
Hoy me toca hacer un llamado a la juventud, para que aprendan a buscar orientaciones, asesorías en las tomas de decisiones, a escuchar a los que más saben, a dejarse guiar incluso por mi más eficiente asesor, que está a disposición de ustedes, Dios, y a entender que el Señor te pone ángeles en el camino para conducirte hacia el éxito y la felicidad, no los rechace.
Este mensaje ha llegado a ustedes como cortesía de la Fundación Vidas en Desarrollo.
Hasta la próxima.