REFLEXIONES: Orden Sacerdotal
Hola amigos, ¿qué tal? Dentro de los siete sacramentos de la Iglesia Católica está el Orden Sacerdotal, sacramento instituido por Jesús, recordado el pasado jueves santo.
El sacramento del orden sacerdotal es administrado a todos aquellos hombres que luego de ser evaluados, sometidos a una ardua labor de estudios, preparación, crecimiento espiritual y períodos probatorios son consagrados al ministerio del servicio a la Iglesia y a Dios. El sacramento de la orden concede la autoridad para ejercer funciones y ministerios eclesiásticos que se refieren al culto de Dios y a la salvación de las almas.
Está reservado exclusivamente para los diáconos y sacerdotes y está establecido bíblicamente.
Quien es ordenado tiene el compromiso y la responsabilidad de consagrarse, dedicarse, entregarse 24/7 a ayudar a la gente, a servir a los demás en nombre del Padre y para glorificarlo.
Es nuestro deber, administrar la Iglesia, predicar la Palabra, luchar por la salvación de las almas y tener un comportamiento apegado a lo que Dios manda.
Víctor Martínez piensa, como indigno diácono del Señor que acaba de cumplir 36 años de ordenado que, estar ordenado es un gran reto, es vivir una lucha férrea entre el bien y el mal, entre las tentaciones del mundo y la santidad del alma, es tener que dar la cara del humano, cuando pecamos, del hombre débil, común, como cualquier otro, que siente más vergüenza que nadie por su condición de sacerdote o diácono.
Tu no eliges el sacerdocio, es Dios quien te elige a ti, ser elegido por el Padre para cumplir una misión tan especial, a pesar de nuestra condición de hombres débiles, requiere de una formación muy superior, de una educación espiritual muy elevada, donde la voluntad, la castidad, la humildad y la fortaleza espiritual sean muy firmes, donde el estilo de vida debe ser muy austero, disciplinado y enfocado en las cosas del Señor, y sin descuidarnos protegernos de las fuerzas del mal que siempre están en asecho para arruinar las obras y las cosas buenas de Dios.
El precio de nuestro ministerio, son lágrimas de sangre, sacrificios, abstinencias, renuncias, y mucha oración, para poder ver con humildad la luz que a través del camino nos llevará a un encuentro pleno con Dios.
Gracias a la compasión, al apoyo, comprensión, oraciones y la intercesión de quienes nos quieren y gracias a la piedad y misericordia de Dios, podemos cumplir con nuestra misión.
Hasta la próxima.