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REFLEXIONES: ¡Señor mío y Dios mío!

Hola amigos, ¿qué tal? Hoy nos recuerda el libro de los Hechos de los Apóstoles aquella forma de vivir tan hermosa y diferente a la que vivimos hoy: “En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía. Y Dios los miraba a todos con mucho agrado.” En pocas palabras el desprendimiento, la caridad y el sentido de igualdad era único y le agradaba a Dios.

La primera carta del Apóstol san Juan nos dice: “Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a Dios que da el ser, ama también al que ha nacido de él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos.” Vuelve de nuevo la Palabra y nos reitera que, si amamos a Dios y creemos en Jesús, debemos amar a todo el que ha nacido de él, en consecuencia, al prójimo. Una vez más, esto agrada a Dios.

Si agradamos a Dios sirviendo y ayudando al prójimo para glorificarlo, entonces tal como nos dice el salmo 117, Él va a ser bueno con nosotros y su misericordia será eterna.

 

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Vendrá a traernos la paz que tanto necesitamos, recibiremos el Espíritu Santo, el perdón de los pecados a través del sacramento de la reconciliación instituido por Él, y podremos verlo con nuestra mirada de fe.

Víctor Martínez piensa que dichosos somos los que creemos sin haberlo visto y los que hemos aprendido a decir ¡Señor mío, y Dios mío!
Ojalá en este momento te atrevas a elevar tu mirada hacia arriba y proclamar: ¡Señor mío, y Dios mío!

Hasta la próxima.

 

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