Una sociedad sin rostro
Lic Virgilio Malagon Alvarez
Los pueblos, en su tránsito de hordas trashumantes a conglomerados compactados por el sentido de supervivencia, siempre han conservado una singularidad indeleble: El Rostro Humano.
La humanidad, con esa urgencia biológica y afectiva de querer comunicarse siempre ha proyectado esta necesidad a través de gestos y rictus de su faz, expresiva e indulgente.
El rostro humano, por ende, ha evolucionado como en vínculo más poderoso entre los homínidos prehistóricos-antropomorfos y el evolucionado homo sapiens.
Es este vínculo cuasi-divino, es el responsable de la comunicación primaria, que luego fue reforzada con la articulación de fonemas que evolucionaron en germanías, onomatopeyas, palabras, frases léxico y luego lenguas.
Sin el rostro, el humano jamás podría acentuar sus pareceres, decires y diretes. En otras palabras, su evolución se habría truncado y permanecido en un limbo histórico intrascendente.
Una sonrisa derriba barreras, abre puertas, inspira confianza, refleja picardía y da un hálito de esperanza; una mueca, todo lo contrario.
Un ceño fruncido demuestra una advertencia innegociable, donde está en juego el liderazgo y la autoridad.
Una mirada se lleva por delante todo recato y pudor existente; una mirada desorbitada compite con un ceño fruncido.
Un suspiro a tiempo evita una posterior desilusión.
Un asombro, se puede convertir en la sumatoria de todas las precedentes manifestaciones.
Con lo anterior, he querido resaltar la importancia del rostro humano, el cual hoy día está cubierto.
Una sociedad sin rostro, amordazada por una vulgar mascarilla, no puede expresarse a sus anchas como tampoco, transmitir la tan necesaria simbología de la supervivencia emocional y anímica.
Nos estamos convirtiendo en seres onomatopéyicos, cuyo único recurso son las señas y gestos crudos y muy elaborados; estas, aupadas por el uso del teléfono “inteligente”; ya ni los selfies cumplen su función social, debido a la desaparición del rostro humano.
La halitosis se ha convertido en una patología endémica, peor que el contagio pandémico que hoy nos ocupa.
Con el uso continuo de este adefesio, de morfología variopinta, nuestra sociedad no podrá realmente expresar sus emociones de manera diáfana y expresiva. Todo se conceptualizará detrás de La Cortina de Membrana Laminar, de manera trunca y falaz.
¡Dios nos ampare en su santa máscara!