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Una Iglesia pecadora

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REFLEXIONES…

 

 

 

Hola, amigos, ¿qué tal? Merhaba, arkadaslar, ¿nasilsiniz?

La fe de todo buen católico o cristiano debe proyectar una actitud optimista frente a los problemas del mundo, basada en la convicción de que Dios está con nosotros y si Él está con nosotros, ¿quién contra nosotros? (Romanos 8).

Debemos ser personas alegres, felices, con un Jesús resucitado en nuestros corazones, pues la experiencia pascual debería transformarnos y llevarnos a descubrir nuestros dones y carismas para ponerlos al servicio del Señor, así como lo podemos ver en el libro de los Hechos que nos presenta a la comunidad cristiana de Jerusalén, que, después de la Resurrección, se organiza para atender mejor a sus necesidades, según los carismas y dones que cada uno ha recibido.

Hoy podemos ver en la primera carta de Pedro cómo se revela la gran dignidad y responsabilidad de los que se han identificado con Cristo resucitado mediante el bautismo, un sacramento que, si bien es cierto que lo hemos recibido siendo niños, debemos confirmarlo ya de adultos, a través del Sacramento de la Confirmación.

Por otra parte, vemos cómo Jesús, en el evangelio de Juan, quiere preparar a los discípulos para el momento en el que ya no esté físicamente con ellos, de modo que puedan continuar la obra que Él inició, y es que, desde sus inicios en el seno de nuestra Iglesia, dirigida por hombres pecadores, como somos todos, se presentan los problemas, celos, disputas, escándalos, tensiones.

Todo esto nos obliga, tal como nos lo presenta el Libro del Hecho de los Apóstoles 6, a estructurar los roles y a distribuir desde el principio las funciones bajo principios rectores, dando origen a los primeros Ministros de la Palabra, Diáconos y Sacerdotes, que se ocuparán de las diversas funciones dentro de la Iglesia, teniendo en cuenta que su investidura no los convierte en santos, sino en hombres que lucharán por su santidad contra todas las tentaciones del pecado, del cual no están exentos.

Pienso que tanto los Ministros, cómo los laicos comprometidos, debemos tal como nos dice el salmo 32, dar las gracias a Dios, por elegirnos, a pesar de nuestra condición indigna y mostrar nuestra confianza en Él, al expresar: “Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti”, gracias por su amor.

Sin embargo, no importa lo que acontezca en el seno de la Iglesia, la comunidad cristiana es un pueblo sacerdotal, un templo vivo en el Espíritu, que nada, ni nadie la podrá destruir, mucho menos el pecado. Y esto por que tal como nos lo expresa san Pedro:

“Acercándonos al Señor, la piedra viva desechada por los hombres, pero escogida y preciosa ante Dios, también ustedes, como piedras vivas, entran en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo”.

Claro, al partir el Gran Líder, Jesús, la no presencia física por su vuelta al Padre, crea problemas, desaciertos y temores, es entonces cuando Jesús nos dice (Juan 14):

“No pierdan la calma, crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿les habría dicho que voy a prepararles sitio? Cuando vaya y les prepare sitio, volveré y los llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estén también ustedes. Y a donde yo voy, ya saben el camino.

Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocen a mí, conocerán también a mi Padre. Ahora ya lo conocen y lo han visto”. Palabra de Dios.

Víctor Martínez piensa que dichosos son quienes creen sin haber visto, pero más dichosos aún, quienes reconocen que el Padre, es el camino, la verdad y la vida, que debemos siempre seguir, a pesar de nuestra condición de pecadores, luchando incansablemente por ser cada día mejor persona y sin dejarnos vencer.

Este mensaje ha llegado a todos ustedes como cortesía de la Fundación Farach.

Hasta la próxima.

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